Por José María Otero (Madrid - 31/05/2010)
Muere en Buenos Aires uno de los más importantes bandoneonistas argentinos
Su aparición fue como un oasis en el desierto. Cuando el tango atravesaba una de sus clásicas mareas bajas, cercado por continuas dictaduras que recelaban de la cultura y por la invasión de distintos ritmos foráneos que apoyaban las grabadoras, llegó el tango en su bandoneón, su pinta ganadora y su hermosa voz de barítono. Una dupla rarísima en una sola personalidad: el fueye y el cantor. Con las dificultades que entrañan ejecutar ese instrumento donde no se ven los 38 botones en la caja del canto ni los 33 en la del bajo, y que acompañen la entrañable entonación cantable que venían a refrescar los viejos poemas tangueros y a traer cantos nuevos. Aníbal Troilo, con su habitual bonhomía y parquedad, lo abrazó, le dio un beso y le dijo: "Pibe, sos un regalo del cielo. Gracias por llegar". Ha muerto hoy en Buenos Aires, a los 62 años, a causa de un cáncer de colon.
Había nacido en Ballesteros, en la provincia de Córdoba, el 5 de noviembre de 1947, y a los dos años su familia se instaló en Avellaneda, vecina a la Capital. Allí lo pusieron a estudiar bandoneón con el maestro Domingo Fava, a la vez que su voz de jilguero pedía cancha por escapar de la jaula. Con apenas nueve años y pantalones cortos toca el fueye en la Orquesta Típica del club Atlético Independiente, justo el futbolero rival de su Racing Club del alma. Aunque con los chicos del barrio y siguiendo los dictados de la música de moda, forman un conjunto de rock llamado Los Tammys.
Un poco a escondidas estudió guitarra y pasó por otros conjuntos juveniles cuando el rock se cantaba todavía en inglés. Debutan en radio El Mundo con los Telestars y Rubén con el seudónimo de Jimmy Williams. La desaparición de Julio Sosa (su ídolo) en 1964 parece dejar un vacío existencial en el tango y ese muchacho con aspecto de galán, sonrisa gardeliana y repertorio clásico, apadrinado por Aníbal Troilo -que le confesaría en la intimidad: "Sos el hijo que no tuve"-, entró con el pie derecho y aires de triunfador en el escenario tanguero, tan exigente con las nuevas figuras.
Su madre, Doña Miguelina, que lo llevó a actuar en la fábrica donde trabajaba, lo estimuló constantemente, lo orientó en su vocación y le recomendó que tuviera un repertorio importante. Con el guitarrista Héctor Arbelo recorrió al principio diversas localidades y allí se fue fogueando, juntando algún dinero para sobrevivir, a la vez que por consejo de este aprendería a matizar. Firmemente enraizado en la lírica fundacional de la lírica porteña, su interpretación, su fraseo y entonación le permitieron erigirse en la figura de mayor gravitación dentro de su generación.
El antiguo vocalista Horacio Quintana le descubrió entusiasmado en una gira, se convirtió en su manager y le abrió las puertas del mítico local Caño 14, para que el Buenos Aires noctámbulo lo recibiera como nueva gran figura del tango. A la vez, lo llevó la discográfica y grabó su primer tema: Para vos canilla.
Rumbo a la idolatría popular, Nicolás Mancera lo subió al último peldaño en su exitoso programa de televisión Sábados circulares. Porque todos aquellos poemas tangueros que parecían imposibles de ser cantados por otros que no fueran sus creadores, los tamizaría dentro de su estilo personalísimo y las diferentes generaciones de porteños lo aceptaron sin reservas.
Lo ovacionaron en Colombia, Venezuela, Uruguay y siguió grabando álbumes sin cesar. En 1978 ganó su primer Disco de Oro y actuó en Televisión Española, con gran éxito. La tanguería Les Trottoirs de Buenos Aires en París, teatros de Estados Unidos, los Festivales de Granada, escenarios de Madrid, Barcelona, lo recibieron entre grandes aplausos. Fue propietario del Café Homero, por donde desfilaban sus feligreses. La bohemia irrefrenable le impediría tener parejas estables. En ese sentido, su generosidad le llevaba tanto a cantar en mi casa madrileña como para Alfredo Di Stéfano en El Viejo Almacén de Dehesa de la Villa, o hacer tango y flamenco con El Cigala en casa de un amigo hasta la madrugada.
El tango llora su final y lo recuerda con su propio tema Mi bandoneón y yo: "Si yo a mi bandoneón lo llevo puesto / como un cacho de tango entre las venas. / Y está de Dios que al dar mi último aliento, / moriremos a un tiempo... mi bandoneón y yo".
Muere en Buenos Aires uno de los más importantes bandoneonistas argentinos
Su aparición fue como un oasis en el desierto. Cuando el tango atravesaba una de sus clásicas mareas bajas, cercado por continuas dictaduras que recelaban de la cultura y por la invasión de distintos ritmos foráneos que apoyaban las grabadoras, llegó el tango en su bandoneón, su pinta ganadora y su hermosa voz de barítono. Una dupla rarísima en una sola personalidad: el fueye y el cantor. Con las dificultades que entrañan ejecutar ese instrumento donde no se ven los 38 botones en la caja del canto ni los 33 en la del bajo, y que acompañen la entrañable entonación cantable que venían a refrescar los viejos poemas tangueros y a traer cantos nuevos. Aníbal Troilo, con su habitual bonhomía y parquedad, lo abrazó, le dio un beso y le dijo: "Pibe, sos un regalo del cielo. Gracias por llegar". Ha muerto hoy en Buenos Aires, a los 62 años, a causa de un cáncer de colon.
Había nacido en Ballesteros, en la provincia de Córdoba, el 5 de noviembre de 1947, y a los dos años su familia se instaló en Avellaneda, vecina a la Capital. Allí lo pusieron a estudiar bandoneón con el maestro Domingo Fava, a la vez que su voz de jilguero pedía cancha por escapar de la jaula. Con apenas nueve años y pantalones cortos toca el fueye en la Orquesta Típica del club Atlético Independiente, justo el futbolero rival de su Racing Club del alma. Aunque con los chicos del barrio y siguiendo los dictados de la música de moda, forman un conjunto de rock llamado Los Tammys.
Un poco a escondidas estudió guitarra y pasó por otros conjuntos juveniles cuando el rock se cantaba todavía en inglés. Debutan en radio El Mundo con los Telestars y Rubén con el seudónimo de Jimmy Williams. La desaparición de Julio Sosa (su ídolo) en 1964 parece dejar un vacío existencial en el tango y ese muchacho con aspecto de galán, sonrisa gardeliana y repertorio clásico, apadrinado por Aníbal Troilo -que le confesaría en la intimidad: "Sos el hijo que no tuve"-, entró con el pie derecho y aires de triunfador en el escenario tanguero, tan exigente con las nuevas figuras.
Su madre, Doña Miguelina, que lo llevó a actuar en la fábrica donde trabajaba, lo estimuló constantemente, lo orientó en su vocación y le recomendó que tuviera un repertorio importante. Con el guitarrista Héctor Arbelo recorrió al principio diversas localidades y allí se fue fogueando, juntando algún dinero para sobrevivir, a la vez que por consejo de este aprendería a matizar. Firmemente enraizado en la lírica fundacional de la lírica porteña, su interpretación, su fraseo y entonación le permitieron erigirse en la figura de mayor gravitación dentro de su generación.
El antiguo vocalista Horacio Quintana le descubrió entusiasmado en una gira, se convirtió en su manager y le abrió las puertas del mítico local Caño 14, para que el Buenos Aires noctámbulo lo recibiera como nueva gran figura del tango. A la vez, lo llevó la discográfica y grabó su primer tema: Para vos canilla.
Rumbo a la idolatría popular, Nicolás Mancera lo subió al último peldaño en su exitoso programa de televisión Sábados circulares. Porque todos aquellos poemas tangueros que parecían imposibles de ser cantados por otros que no fueran sus creadores, los tamizaría dentro de su estilo personalísimo y las diferentes generaciones de porteños lo aceptaron sin reservas.
Lo ovacionaron en Colombia, Venezuela, Uruguay y siguió grabando álbumes sin cesar. En 1978 ganó su primer Disco de Oro y actuó en Televisión Española, con gran éxito. La tanguería Les Trottoirs de Buenos Aires en París, teatros de Estados Unidos, los Festivales de Granada, escenarios de Madrid, Barcelona, lo recibieron entre grandes aplausos. Fue propietario del Café Homero, por donde desfilaban sus feligreses. La bohemia irrefrenable le impediría tener parejas estables. En ese sentido, su generosidad le llevaba tanto a cantar en mi casa madrileña como para Alfredo Di Stéfano en El Viejo Almacén de Dehesa de la Villa, o hacer tango y flamenco con El Cigala en casa de un amigo hasta la madrugada.
El tango llora su final y lo recuerda con su propio tema Mi bandoneón y yo: "Si yo a mi bandoneón lo llevo puesto / como un cacho de tango entre las venas. / Y está de Dios que al dar mi último aliento, / moriremos a un tiempo... mi bandoneón y yo".
(Publicado por su autor en el Diario "El País", Madrid, España)
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