Entrevista por
María Ester Gilio
Tenía una bata azul sobre el piyama blanco... "Estoy enfermo'', dijo. E hizo un gesto vago señalando algún lugar del cuerpo. "Me duele".
Junto a la ventana, Zita jugaba con su hermana a los dados.
Junto a la ventana, Zita jugaba con su hermana a los dados.
-- Pero ayer trabajó, -le dije.
-- Sí,
toda la semana. Hoy no trabajo porque
es domingo. Le voy a alcanzar un detalle. Ayer me hice 55 minutos en la primera vuelta. Después me mandé dos
whiscachos y me hice la segunda.
-- ¿Por qué va?
-- ¿Cómo?
-- Si, dice que
está enfermo. Quiero saber si va porque
es responsable o por qué.
-- La gente me
quiere. No se puede describir.
-- Va por eso...
-- La gente que camina
como yo, siempre quiere a los que le hacen bien.
-- ¿Cómo camina?
-- Así, un poco
al bardo.
-- No sé qué
quiere decir.
-- Sin ton ni
son. Es gente que quiere al tango y por
eso me quiere. Hace unos días terminé de tocar y las señoras se acercaron. Me
besaban.
-- ¿Cómo se
siente en esos momentos? Hizo un gesto impreciso con las manos, le pidió un
whisky a Zita, cerró los ojos por un segundo. "Y, qué querés... ",
dijo finalmente.
-- ¿Todo eso le importa
mucho?
-- ¿A vos qué te
parece?
-- Que sí.
Volvió a cerrar
los ojos y confirmó con la cabeza. Le pregunté entonces cuál había sido su
mejor cantor. Él respondió con otra pregunta.
-- ¿En el aspecto
personal?
-- Es fantástico.
Le pregunto a un hombre que tiene una orquesta cuál fue su mejor cantor, y él
dice: "¿En el aspecto personal?".
Sí, en el aspecto personal.
-- Fiore.
(Fiorentino.) Era un hombre... Se merecía todo el cariño del mundo.
-- ¿Qué estilo de
tipo era?
-- Como yo. No,
mejor que yo.
-- ¿Y cómo es
usted?
Desvió la mirada,
y dijo lentamente, casi en secreto: "Creo que soy un hombre bueno".
-- Zita,
escúchame, ¿es bueno este hombre?
-- Sí, es
buenísimo, pero muy revirado. Te lo presto unos días y vas a ver. Hay que cuidarlo. Es un niño. Hoy, domingo, mi único día libre, a las doce del mediodía se le ocurrió
comer pasta. Me tuve que levantar a cocinar.
-- ¿Vos trabajás?
-- ¡Pero qué me
preguntás! Todos los días, menos domingo
y lunes, tocamos -dijo Zita sin dejar de agitar los dados.
-- Voy a contarte
una cosa que nunca conté. El día que
conocí a mi mujer se acabó el planeta.
-- ¿Cómo era eso?
-- Yo estaba en los bailes, ella caía y yo desaparecía. Me le iba atrás. Cuando Fiore la veía, le decía: "Carucha, perdoname una, no te lo llevés".
-- Yo estaba en los bailes, ella caía y yo desaparecía. Me le iba atrás. Cuando Fiore la veía, le decía: "Carucha, perdoname una, no te lo llevés".
-- ¿Qué le
gustaba de ella?
-- Ella -dijo, y
le echó una mirada cortita-. Por ella yo volteé toda la estantería.
Zita dejó de
jugar y me miró. "Fiore veía mi
mano que aparecía entre las cortinas y temblaba".
-- Yo tocaba en
el Florida y ésta sacaba la mano así -dijo Pichuco moviendo la mano-. Tenía un anillo.
-- De aguamarina
-dijo Zita, mostrando el anular desnudo.
--Yo veía el anillo y me rajaba atrás. Dejaba todo. Pero si un día cualquiera, irremediablemente, el bacán por tus sueños presentido no soy, batímelo así nomás, con un beso en la frente: "Mirá gordo, me aburro".
--Yo veía el anillo y me rajaba atrás. Dejaba todo. Pero si un día cualquiera, irremediablemente, el bacán por tus sueños presentido no soy, batímelo así nomás, con un beso en la frente: "Mirá gordo, me aburro".
-- ¿Oíste, Zita?
-- Sí, yo se lo
dije, pero no se va.
-- ¿Puedo
hablar? Mirá, cuando chamuyo de mi jermu,
no me alcanzan los petates. Hace treinta y cinco pirulos que me aguanta. Le voy
a contar una cosa. Montevideo... me hacían un homenaje en el Estadio Centenario, porque yo cumplía treinta años
de actuación. Estaba el finado
Eichelbaum, que había ido para oírme. El espiquer decía: "Aníbal Ptsstroilo",
la gente aplaudía. Yo no podía salir, no
podía caminar, tenía una emoción tremenda, me caía, tenían que sostenerme. Y de
pronto, me veo aparecer a Puchulita.
-- Sí...
-- Estaba enferma
que se moría. Pero se levantó y fue. No se pudo aguantar. Así es mi mujer.
-- Soy una mina
de Horizontes Perdidos.
-- Contale qué
hiciste hoy de comer, Puchulita.
-- Pulpetas y
macarrones. Comió como si fuera la última
vez.
-- ¿Quién hubo
antes de Zita?
-- Nadie, nadie.
Zita: -- No te
dejes engrupir. De botón a comisario...
-- Sí, yo soy falso, pero veía a Puchulita y...
-- ¿Qué lo atraía
tanto en Puchulita?
-- Su ternura.
Zita: -- A la gente se la conquista con ternura.
-- Descríbamela tal como la recuerda de ese tiempo.
-- Chiquita...
¡un cuerpo!
Zita : -- Así es, andá a ver mi cuadro, allá en el living.
Allá, en el
living, estaba, en
un gran óleo, Zita, la
de antes, con el pelo rubio muy rizado y un traje de gasa celeste. En la pared
de enfrente, la
cara de Pichuco, con
sus ojos de potrillo, negros
y tiernos, el pelo a la gomina.
Cuando volví:
-- Y bueno, ¿qué
te parezco?
-- Bonita, no tan
distinta de ahora.
-- ¿No te dije
que soy una mina de Horizontes Perdidos?
¿Cómo te sentis, Chiquito?
-- Bien, bien.
-- Pero te duele.
-- Sí, me duele
-dijo Pichuco, poniéndose de pie-.Tenemos que llamar al chino otra vez.
-- ¿Qué chino?
-- ¿Qué chino?
-- Un chino que
viene, me enchufa la aguja, me manda la electricidad y chau.
Con sus pasos muy lentos y cortitos se alejó, y cuando volvió:
Con sus pasos muy lentos y cortitos se alejó, y cuando volvió:
-- Recolectaron
200 firmas para que Fiore volviera a la orquesta. Pero ya no se podía. Cuando se termina una
cosa, se termina. "Se termina su vida como un pucho de tabaco virginia, se
termina -dijo sentándose. Ya no tiene tabaco para mucho. Ya está al lao del final la pobre mina".
-- ¿Carlos de la
Púa?
-- Sí, yo me hice
al lado de él.
-- Cuénteme.
-- Él estaba en
Crítica. Era un rantifuso. Cuando iba a
un cabaret, siempre llevaba un lápiz.
-- ¿Para qué?
-- ¿No sabés?
-- No.
-- Para
firmar... El otro
día Puchulita se puso a buscar
una foto de
mi primitiva orquesta.
Y cuando empezó a revolver, entramos a ver los muertos: Fiore, Lomuto,
Canaro, Enríque, Maffia, Laurenz. Fiore
fue la cosa más sentida. Un día fuimos
con Fiore a las seis de la tarde a tocar en un baile. Cuando llegamos todavía había
sol. Vamos a subir y... Eramos todos pibes. ¡Para qué
te voy a
contar, unas pintas...!
-- ¿Qué edad?
-- Veinte. Escuchame, llega el momento de subir y Fiore
me agarra un brazo. "¡Un momento, Kolynos!", me dice. Pobrecito... De
repente, uno se olvida de un montón de cosas; hay cosas que uno se olvida.
-- ¿Cómo empezó a cantar en su orquesta?
-- Fiore
trabajaba en el Tabaris. Yo le propuse -éramos amigos de mucho tiempo-, le
propuse que se viniera conmigo. Debutamos en el Marabú con un tango que se
llama "Sobre el pucho", de Piana y Castillo. Estaban todos los milongueros. No
gente, ¿entendés? Los milongueros.
Después de muchos
años, un día terminamos. Fiore ya no estaba. El día en que se despidió de la
orquesta. Hicimos "Adiós, Pampa mía". Pobrecito...
-- ¿Qué lo decide
por determinado tango? Quiero decir, si es la letra o la música en primer término.
-- Son las dos
cosas. Hay algunos letristas a los que estoy aferrado. Cátulo, Homero Manzi, Expósito, Camillioni, ahora empiezo con Ferrer. Ferrer va a escribir mi vida. Yo
le digo: "Bueno, Horacio, empezá. Pero nada de
introitos". Introitos yo no quiero.
-- ¿Cómo conoció
a Ferrer?
-- Yo voy a
trabajar a Montevideo. Después íbamos afuera. Y Horacio venía. Yo le contaba de
Carlos de la Púa, del negro Flores, de Cadícamo... Él captaba una enormidad.
Tendría dieciséis años. No paraba nunca de preguntarme cómo eran éste y aquel otro. Era un pibe bárbaro. Después, quiero que me
pregunte de mi vieja.
-- Le pregunto
ya. Cuénteme.
-- Cabrera y
Anchorena, 1914.
-- ¿Mil
novecientos catorce es una fecha?
-- Sí.
-- ¿Tengo que adivinar?
-- Voy a cumplir
sesenta años.
-- Y nació en
Cabrera en 1914.
-- Sí. Le voy a
contar. Mi viejo murió cuando yo tenía diez
años.
-- ¿Y entonces,
su vieja?
-- ¿Qué te
parece? Muchos sacrificios. Era una
mujer muy bonita, pero solamente nos miró a nosotros. Cumplo sesenta años. Hace
cincuenta que trabajo con el bandoneón. El más grande disgusto fue cuando supo
que había dejado la escuela y entraba a tocar. Murió en los brazos de Zita.
-- Sí, murió en mis
brazos.
-- Acercá la botella, Puchi. ¿Usted sabe una cosa? Cuando Puchulita me conoció, no me daba bola.
-- ¿Por qué, Zita? ¿No te gustaba?
-- No sé...
-- Sería que yo era gordito.
-- No, a mí me gustaban los hombres mayores. Este era un pibe.
-- ¿Nunca hizo
una canción para vos?
-- Sí. Hizo para
mí "Toda mi vida" y "María".
-- Había un tango que se llamaba "Claudine" y otro "Françoise" y otro ¡yo qué sé! Le dije a Cátulo: "Hacé un tango que se llame "María". Y ahora, ¿puedo hacerte una pregunta? ¿Cómo te gustaría llamarte? ¡Qué gran nombre, María!... la vieja se llamaba Felisa...
-- ¿Por qué creés
que hay tantas madres en el tango?
--¿Y dónde querés
que estén las madres?
-- En el tango
están bien.
Tomá hielo, Chiquito -dijo Zita, poniéndole un trozo en el vaso.
Tomá hielo, Chiquito -dijo Zita, poniéndole un trozo en el vaso.
-- Esta siempre
me manejó. Antes, con el anillo. Yo veía
el anillo y ya no sabía más lo que hacía. Estaba en pleno tralalalalá, pero
igual me tomaba el raje.
-- Sí -dijo
Zita con aire satisfecho, volviendo a sus dados-. Es verdad. Debías poner a tu vieja en algún tango,
Japonés.
-- ¿De cuántas
maneras lo llamás?
-- ¡Uuuh! Japonés, Tortita Quemada, Buda, Gordo,
Puchulito, y de mil modos más.
-- ¿Sabés a quién no llegué a agarrar?
-- ¿A quién?
-- A mi
viejo. Murió cuando yo era muy pibe. Ya
te conté. Yo hablo poco de mi viejo. Pero mirá, un día
viene el Nene...
-- ¿Qué Nene?
-- Bonardo. Me
agarró para un programa en televisión. Yo estaba afónico, no podía hablar. El
Nene me hizo toda una preparación. Después se puso de espaldas a la cámara y me
dijo: "Hablá". No sé, me
hipnotizó y yo
entré a hablar
del viejo, de cuando le regaló la guitarra a
Gardel. Hablé sin acordarme de la gente que me estaba escuchando.
-- ¿Cuándo le
regaló una guitarra a Gardel?
-- Yo no había
nacido. Mi vieja vivía en Córdoba y Pueyrredón y mi viejo era el novio. Pero nada más, ¿entendés? Como se usaba en esa época. Entre él, Betinotti y mi tío le regalaron la guitarra.
-- ¿Vos lo
conociste?
-- Sí, en el
año1932, cuando yo tocaba con De Caro. Mirá qué me pasó. El día que voy a ver "Melodía de arrabal", estoy parado
en la puerta del cine esperando para entrar, en medio de un
montón de gente. Una señora abre la puerta del auto y ¡paf! me deja
dormido en el suelo. Me tuvieron que llevar a la asistencia pública. Después,
en el Festival del 32, Barquina, en el Chantecler, va y me presenta a Gardel.
"Mirá, Carlitos, este pibe tiene locura con vos", le dice.
"¿Sabe una cosa? -le dije yo- casi me amasijan por usted". ¿Qué te pareció la película, qué te pareció?", me dijo. Porque hablaba capicúa.
Ese día había estrenado "Si se salva el pibe".
-- ¿Gardel? Yo creía que ese tango era muy posterior.
Que lo había estrenado Fiorentino.
-- ¡No! Estábamos Barquina y yo. ¡Qué lástima, no conociste a Barquina!
-- ¿Quién era
Barquina?
-- Si había
alguno preso, Barquina lo sacaba -dijo Zita.
-- ¿Y qué más?
¿Qué hacía?
-- ¿Sabés lo que
hacía? Querer a la gente. Una vez había una fiesta y unas putas ahí.
-- ¿Para vos qué
es ser puta?
-- Mirá, tirarse
al agua por cualquier cosa.
-- ¿Mucha plata
no es cualquier cosa?
-- Es lo mismo.
-- ¿Qué es lo mismo?
-- Es baratearse.
Bueno, te cuento. Era una fiesta y había una mina que se me tiraba arriba. "¿Qué hago?", le dije a Barquina. "Isa", me dijo Barqui. Barqui fue el amigo más dilecto.
-- ¿Y Manzi?
-- Es otra
cosa. No seas desordenada. No mezclés.
-- Bueno. Dale con Barqui.
-- Barqui se
murió y me dejó solo. ¿Querés que te cuente?
-- Sí.
-- No lo pongas.
-- No.
Habló largo rato de Barquina. Luego de Discépolo, y de la locura que tenía por Tania. Finalmente:
Habló largo rato de Barquina. Luego de Discépolo, y de la locura que tenía por Tania. Finalmente:
-- Una noche, Tania
estaba en Chile. Enrique me dice: "Vení". Fuimos.
Cuando terminamos de comer, me lleva atrás de la casa y me dice: "¿Cómo
estás?". Yo lo miré. No entendía qué quería preguntarme.
"'Bien", le digo. "¿Qué vas a hacer?" "No sé", le
digo y me quedo esperando. No sabía a dónde quería ir. "¿Sabés lo que tenés
que hacer? Nada"
-- ¿Qué quería decirle?
-- Que ya había
hecho todo lo que tenía que hacer. Que ahora me quedara quieto. ¿Querés
escribir una cosa?
Sobre el mármol helado, migas de media luna,
Y una mujer
absurda que come en un rincón
Tu musa está
sangrando y ella se desayuna
El alba no
perdona, no tiene corazón.
Vos sabés "las historias de tango tienen vieja memoria". Hay tantas cosas... Cuando pienso en Paquito, que me llevó treinta años el bandoneón. Pero ahora se murió.
-- ¿Piensa a
veces en la muerte, en su muerte?
-- Sí. Y no me
gusta, pero no por mí. Quiero todavía
arrimar un millón de cosas a la gente que me quiere. Toda esa gente... ¿Te conté que el otro día
bajé y las señoras me besaban?
-- Sí. ¿Te gusta
escucharte?
-- Me escucho
mal.
-- ¿Por qué?
-- Porque para
escucharse bien, hay que sentirse bien. Y yo, últimamente, ando mal. ¿Cómo dijiste que te gustaría llamarte?
-- No te dije.
-- Yo le puse "el Gato" a Piazzolla y
"el Polaco" a Goyeneche. ¿Sabías que a Piazzolla le gusta el jazz?
Siempre le gustó el jazz. Me gustaría ponerte
un nombre.
-- Esta es Gelsomina. Clavado. Gelsomina -dijo Zita. Y
luego: Mirá, Gelso, a veces llegaba Piazzolla con
la partitura y el
Gordo entraba a tacharle los
firuletes. ¡Qué tierno, Piazzolla!...
-- La primera
instrumentación que me hizo... estábamos comiendo en lo de mi vieja y me dijo:
"Me gustaría hacerte una instrumentación". Fue "Chiqué".
-- Era muy tierno
-Insistió Zita-. Los hombres son más
tiernos que las mujeres, ¿no te parece?
-- Sí, creo que
sí.
-- Un hombre es
incapaz de hablar de vos porque sí. Yo creo que son más buenos que las mujeres.
-- ¿Sabías,
entonces, que a Piazzolla le gustaba el jazz? -dijo Troilo.
-- Sí, sabía.
-- Yo conocí a Tommy Dorsey. Lo conocí y me gustó, y cuando lo oí casi me
vuelvo loco. Entonces me vinieron ganas
de tratarlo. Pero de nuevo no me gustó.
Y no me gustó, ¿entendés? -dijo mirándome, con los ojos finitos como dos
rayas. Quedó un rato pensativo.
-- Tommy Dorsey murió.
Luego, mirándome entre curioso y fastidiado:
-- ¿Qué escribís?
Decime.
-- Cosas.
-- ¿Qué?
-- Por ejemplo, que
tenés los ojos muy dulces y unas manos bellísimas. Podrían servir para un afiche publicitario.
Las miró por unos
segundos.
-- ¿Te gustan?
-- Sí, mucho,
además...
-- Son más
jóvenes que yo, ¿verdad?
-- Son manos de
pibe. Por las manos, podrías tener
veinte años.
- Sí, por las
manos, sí... Pero mirá, piba, mirá mi
caminar. ¿Sabés que es?
--Sí, que andás
precisando al chino de las agujas.
-- Cualquier día,
ya ni el chino me arregla.
-- ¿Lo conociste
a Tommy Dorsey?
-- Lo conocí en San
Pablo.
-- La música de Tommy
Dorsey le gustaba mucho -dijo Zita.
-- Sí, en cambio Silvio
Caldas...
-- ¿No te gustó?
-- Me gustó él y
la música. lbamos juntos al hipódromo.
¿Qué era lo que decían las minas en
San Pablo, Puchulita?
-- Decían
"sozinho", "vocé, sozinho". En Río estaban Rita Hayworth,
el Alí, las del Follies Bergère, hacia
un frio del demonio. Me dieron un
coche sin cambios, y
nunca había manejado
una cosa así. Y
en medio de aquella neblina... Pero era
la única fresca. Los llevaba a todos, yo sólo tomaba agua.
-- En el
reportaje que te hice hace unos años te pregunté cómo componías, si partías de la
letra o al revés. Vos me dijiste que te gustaba Ir envolviendo la letra en
música, ¿te acordás? Me dijiste algo así
como: "Me gusta masticar la letra, ir envolviéndola en música".
-- Sí. Ahora
tengo unos versos
de Cátulo y
se me ocurre que le
voy a poner una
música que corresponda. El día del programa a Manzi,
Cátulo me dijo: "Tengo una cosa
que son doce tomos. ¿Sabés qué es? Testamento tanguero."
-- ¿Qué hacés
aparte de tu trabajo?
-- Veo amigos, a
veces voy al cine.
-- Decime algo
que te haya gustado.
-- Me gustó mucho una de un cow boy que se
va a la ciudad a trabajar de
gigoló y lo agarra
cada mina... Es muy simpática. Mirá, te voy a contar algo
de Manzi.
-- Es natural.
-- ¿Qué?
-- Esa amistad
que la película describe te trae el recuerdo de Manzi.
-- Si. Bueno, te
cuento. Edmundo Rivero se iba. En
la radio lo despedía Alberto Vacarezza,
y después, todos los amigos nos fuimos a una cantina de Agüero. Y... no me
acuerdo bien cómo fue. Lo que sé es que yo le pedí a Manzi que viniera. ¡Y no
quieras saber lo que es un hombre hablando!
No hubo un hombre en la vida de los argentinos como él. Un día se afiló una mina, pero andaba mal -dijo,
y quedó pensativo-. ¿Vos sabés que
mélange me hizo el Nene con esa mina?
-- ¿Qué mélange?
-- Un mélange
que... andá a saber. Mirá, otro día vamos a chamuyar lungo de mí. Porque me
gusta chamuyar de mí. Pero, ¿sabés?, jode un poco no poder hablar de vos.
Quiero decir... –dijo, y se quedó mirándome-. ¿Vos sabés cómo quiero a la gente? Y me gustaría que hablaras de vos.
-- ¿Qué querés
saber?
Le conté. Me escuchó. Cuando terminé, le pregunté si él creía que era por su música o por él, como ser humano, que tanta gente lo quería tanto.
Le conté. Me escuchó. Cuando terminé, le pregunté si él creía que era por su música o por él, como ser humano, que tanta gente lo quería tanto.
-- Es una cosa
ambigua. Una parte por mi música y otra
por mi ser humano. Este gil a la zurda no se cansa nunca de querer a la gente.
Ayer 55 minutos y después, la segunda vuelta.
Y estaba enfermo.
-- ¿Cómo estás,
Japonés? -volvió a decir Zita por tercera o cuarta vez en la noche.
-- Bien, bien.
-- ¿Qué querés tomar?
-- Nada. Está bien así.
-- Hablame de Di
Sarli.
-- El hombre más
grande en el tango. Pero muy loco. Mi vida fue otra cosa.
-- Por ella.
-- Y por mí.
--¿Qué diferencia encontrás entre vos y Di
Sarli?
-- Di Sarli es un
tanguero extraordinario. ·
-- ¿Y vos?
-- Un
musiquero... Mirá, hace cuarenta años los músicos iban a la panadería a comprar
bizcochitos, porque vivían mal de verdad.
Un día va y me dice: "Yo te quisiera llevar, pero sos muy
firuletero."
-- Y no era verdad
-dijo Zita con aire ofendido.
-- ¿Cómo creés que
nace un músico? O mejor: ¿creés que un
músico nace o se hace?
-- Para tocar, se
precisa instinto.
-- Pensás entonces que
habrías sido un buen músico
en Africa o
en Europa y
tocando otro instrumento.
-- Yo no
soy un buen músico: yo soy un
buen tanguero. Imaginate, yo con un
poncho y tocando la flauta. Yo soy tanguero. Y te voy a contar. Mirá, escuchame. Cuando yo nací a la
música, había una cosa... yo... Yo me quería acomodar en eso. Pero, no sé si me
entendés. No pasaba ni medio, ¿entendés?
-- Me parece que
sí.
-- Y de pronto me di cuenta que me había metido. Eso es, me había metido.
Zita dejó de agitar
los dados y se quedó mirándolo.
-- ¿Qué pasa,
Puchulita? El día que
se te piante esta cosa cariñosa
que tengo para vos...
-- No sería la
primera vez.
-- Yo no hablo de
plantarme por un ratito.
-- Y yo hablo de cuando salían con la
bolsa a buscar soda
y no volvías en tres días.
-- Sí, yo era así
-dijo con una expresión resignada. Como
si el ser así fuera obra del destino.
-- Pero no me
pongas cara de víctima -le dije.
-- No, no. No te miento. Yo salía a buscar soda, o
cualquier otra cosa. Porque ya estábamos por comer, y faltaba algo, pero me
encontraba con uno que me invitaba a una copa, y otra, y otra, y qué sé yo.
Cuando quería acordar...
-- Cuando querías
acordar aparecías tres días después. Sin la soda.
-- ¿Y vos qué
hacías?
-- Yo tuve mucha
paciencia.
-- Sí, Puchulita tuvo mucha paciencia, dijo Pichuco bajando los párpados.
-- Es que si con
éste no sos paciente...
-- Yo soy
difícil. Pero Puchulita siempre me
manejó. Con el anillo nomás.
-- Es muy bueno
pero muy revirado. Los Cáncer son así, revirados, cabeza dura. Un día viene un
cantor y
le dice: "El domingo en Palermo hay que jugarle a fulano." Viene Barquina, éste le cuenta, y Barquina le dice que no, que
ese caballo no vale
nada. Pero, a la noche, vuelve el cantor y le insiste. El domingo tempranito ya estaba el Japonés esperando a Barquina, porque el caballo corría en la
primera.
-- No sé por qué
me habla agarrado tanta calentura con aquel caballo.
-- Al ratito
estaban de vuelta. Se habían jugado todo. Una fortuna. Este tiene cada historia. Un día terminamos de comer y se va con
los amigos a un bar de enfrente a tomar calé. Y como se habían bajado unas cuantas botellas, estaban alegres y Rufino
se puso a cantar. Llegó la cana y se los
llevó a todos a la 13. Cuando
estaban en el Departamento de Policía, el Gordo agarra
a Paco
de un brazo y le dice: "Paco, ¿a quién
venimos a sacar?". "A nadie -le dice Paco-,
los presos somos nosotros."
-- Sí, estábamos contentos. Habíamos grabado toda la mañana, después nos fuimos a comer a casa y terminamos con la siesta en la 13 –dijo y se puso a tararear bajito haciendo
pasar el aire
entre dientes y la
lengua-. ¿Te gusta?
-- Sí
-- Es un tango
que le hice a Catunga.
-- ¿Quién es
Catunga?
-- Contursi.
-- ¿Cuándo lo
hiciste?
-- Ahora,
mientras ustedes hablaban. Se llama Bolita -dijo con aire de misterio-. Es un tango
sin letra.
-- ¿No vas a
escribirlo?
-- Después.
-- Recién me
dijiste que si volvieras para atrás, no cambiarías nada, salvo estudiar música.
-- Estoy conforme
con lo que hice, siempre acompañé mi vida con la gente que quise. Maffia,
Francini, De Caro, Barquina...
-- ¿Y si hubieras
estudiado música?
-- Si yo supiera
lo que sabe Piazzolla de música sería... no sé... sería...
-- ¿Qué serías?
-- Beethoven.
-- ¿Qué pensás de
Piazzolla? -
-- ¡Sabés cómo
gatilla! El gato gatillando... ¡hay que
oírlo! Mirá, un día yo estaba tocando en
el Luna Park y la gente empezó a pedir que tocáramos juntos. El Gato se acercó,
puso un pie en el costado
de la silla, y
a mí, que lo
he criado, me dijo: "Cantá". Bueno, no podés
imaginarte las cosas
que hacía el fuelle del Gato aquí en mi oído.
Nadie toca el bandoneón como Piazzolla. A veces le leía algo que había escrito y me decía: "Poné fagot,
poné oboe". ¿Te conté cuando mi orquesta tocó en el
Colón?
-- No.
-- Estaba Perón en el teatro. Él había hecho posible que una orquesta típica llegara al Colón. Cuando voy a entrar,
me encuentro en la puerta, esperándome,
a Lunghi, uno de los músicos más viejos del Colón. Él sabía lo que significaba para nosotros
tocar allí. Quería saludarme, que le presentara la orquesta. Pobrecito... Cuando se estaba muriendo, me mandó llamar. "Maestrito,
no me deje morir", me decía.
-- ¿Y vos?
-- Y yo, ¡qué
querés! Uno se va muriendo con cada
amigo que se muere. Uno no se muere de
golpe, ¿sabés? Llega un momento que de Pichuco ya no queda nada. Se lo fueron llevando de a poco.
-- No hables de eso, te ponés muy triste.
-- Es el almanaque,
Gelso, el almanaque.
-- Contame de Julián
Centeya.
-- Julián Centeya
llegaba y me decía: "Gordo, levántate, caza la
jaulita y vamos"
-- EI bandoneón.
-- Sí, yo lo
agarraba y nos íbamos a la cárcel de Las Heras, a la de Caseros, Mercedes.
Metían a
los presos en un
salón grande, yo me
subía a una tarima
y allí le dábamos.
-- Contale de
aquella vez en Caseros -dijo Zita.
-- Estábamos
Julián y yo solos con los muchachos. Yo
sentado en una silla y Julián parado.
Me puso una mano
en el hombro. La mano le temblaba. Dijo:
"Entre ustedes que están afuera y nosotros que sí, que estamos adentro,
vamos a chamuyarla un poco lunga".
-- No entiendo
bien, ¿por qué están ellos afuera?
-- Afuera de las
leyes. ¿entendés? Nosotros adentro,
ellos afuera. Los chorros lloraban -dijo,
y quedó mirando el vaso vacío-. Dame
hielo, Puchulita.
-- ¿Hielo?
-- Sí, ya está casi
amaneciendo.
-- Eso es. El día
recién empieza. Lo tenemos todo por delante.
Sonrió.
-- ¿Y qué querés
saber ahora?
-- Nunca me
hablaste de tu bandoneón.
-- El primero me
lo regaló un tío. Se lo compró a un ruso. Costaba cincuenta mangos. Le pagamos diez y
no apareció nunca más. El de ahora tiene
muchos años. Varias veces me lo robaron. Se llaman descuidistas. Siempre
me lo
devuelven. Aparece un tipo, en casa de
algún amigo, con el bandoneón.
"Mire, don, le sacaron el bandoneón a Pichuco."
-- Este después
le manda algunos mangos -dijo Zita-. A ese bandoneón no hay reducidor que lo
compre. Todos lo conocen.
-- En cuanto a tu
orquesta. Porque el bandoneón es como un
pedazo tuyo.
-- Él va a hacer
lo que vos te propongas. Pero la orquesta es otra cosa. Hasta dónde
le exigís, hasta dónde te responde. Mirá, mi orquesta toca y tocaré como si
tuviera que acompañar a Gardel. Sólo eso.
-- ¿Qué cantor
pensás que estuvo o está más cerca de Gardel?
-- Mientras
exista un disco de Gardel, todos los cantores van muertos. Y mientras exista
una foto, también. Porque tenía una
pinta de la gran puta. Eso no lo pongas.
-- Sí, lo pongo.
-- Ponela.
-- Sería idiota
preguntarte si existe
una cosa en el mundo
que te cause más
placer que gatillar.
-- Te voy a
contar. Por el 58, en el Odeón se hizo una revista de tango. Tenía como veinte cuadros y yo trabajaba en
diez y nueve. Al final nos reuníamos todos. Salgán al piano, Ciriaco y yo en el fuelle, Grela en la guitarra y Rivero. Y mirá que veníamos de zapar los
diez y nueve anteriores. Pero nos entendíamos
tan bien que al menor amague de
aplauso seguíamos y seguíamos. De a
ratos nos mirábamos con Salgán y decíamos: "¡Pensar que además nos pagan!"
Es casi de mañana.
-- ¿Sabés que ya ni sé lo que digo? Estoy cansado.
-- Bueno.
-- Pero antes
querría decir una cosa. Tenés que tirar
la casa por la ventana y decir una cosa -dijo, tirándome de un brazo hacia él, y
bajando mucho la
voz-. Que tengo una ganas
de morirme que no puedo más. No te gustó, ¿no?
-- No lo
esperaba. ¿Tenés miedo a envejecer?
-- Yo no tengo
miedo a envejecer. Yo estoy loco de viejo. ¿Qué pasa, Puchulita?
1 comentario:
Miguel, me llamo Fernando y tengo 64 años
yo trabajé en 3M Argentina, Florida (cerca de Villa Adelina de donde sos vos)
cuando me presentaron a Julio Martel le dije: el que cantaba con de Angelis, junto a Carlos Dante
yo ya había escuchado discos de este director y me asombró ve en 3M a Julio
lo vi unas cuantas veces
ahora que leo que se dedicaba a hacer fletes, comprendo por qué no se lo veía más frecuentemente por la fábrica
di con tu página, hoy, que escuchaba unos tema de de Angelis
me dije, voy a buscar Julio Martell, junto con 3M Argentina Florida
y salió tu página
buen trabajo, lo de presentar anécdotas de diferentes intérpretes
Un saludo desde Tarragona
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