por Ángel Cárdenas
"Siempre quise ser un cantante solista, admiraba profundamente a Oscar Alonso, a Edmundo Rivero, a Charlo y a Carlos Roldán. De chico mi locura era Gardel, lo escuchaba día y noche. Yo veía que era un cantor completo, además de excelente autor, que cantaba con la misma propiedad las canciones criollas, los tangos y las milongas.
"De pibe me las rebuscaba haciendo pequeños papeles en películas
y como en esa época existían los números vivos en las salas pasé a integrar
el circuito de cines de Clemente Lococo. En aquel tiempo aprendía guitarra,
armonía con Ginastera y, sobre todo, cultivaba el cuerpo haciendo fierros. Yo
era patovica y no se conocía ningún cantor de tango que fuese
fisicoculturista.
"Una noche Pichuco me invitó a
comer porque se enteró de que había un cantor que empezaba a gustar mucho a la
gente. Zita, la musa inspiradora del Gordo, había cocinado riñoncitos con
arroz y recuerdo que yo había comido mucho, tanto que un tipo que estaba sentado
a la mesa me dijo: 'Pibe, si vos llegás a cantar como comés, pobre Gardel'.
"En la casa del Gordo, ese día, estaban Edmundo Rivero y Alberto
Marino. Canté desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana. Nunca
canté tanto en mi vida. En un momento Rivero le dijo a Troilo: 'No se deje
escapar a este cantor'. Entonces se acercó Pichuco, que admiraba mucho a
Edmundo Rivero, y me dijo: 'Mire, pibe, Rivero me dejó un gran vacío, era un
cantor completo, y usted tiene que reemplazarlo. Yo sé que su berretín es ser
solista, pero lo tiene que catapultar una orquesta, y como va a llegar de
cualquier modo, prefiero que sea junto a mí'.
"Trabajaba en el teatro con la obra El patio de la morocha; estaba
desconectado de los barrios y grababa en un sello que no funcionaba muy bien
que se llamaba TK. Pensaba que conmigo iba a levantar. Me preguntó sobre mis
condiciones y me dijo: 'Sí, todo muy lindo, pibe, cantaste un montón de temas
pero ninguno de mi repertorio'. Yo quería hacer mis temas porque los de él
estaban todos bordados. Sur y La última curda por Rivero, La
cantina, El patio de la morocha y Che bandoneón por Casal y los
demás por Fiorentino. Así fue como lo convencí y grabamos Callejón, de
Grela, que fue un éxito; Vamos, vamos, zaino viejo, de Fernando Tell,
que acababa de fallecer; saqué del olvido a Caserón de tejas, que en
esa época no se cantaba, y grabé La última, que pegó en todo el mundo.
"Recuerdo que a veces íbamos a tomar unos vinos a algún bar y lo
jorobaba diciéndole: 'Gordo, todo lo hiciste bien, pero fallaste en tres cosas:
no haber acompañado a Gardel, no haber compuesto con Discépolo, ni haber
compuesto con Homero Expósito'. Yo sabía que Gardel no era contemporáneo de
Pichuco, el Gordo lo vio cuando era muy chiquito. 'Mirá', me decía Pichuco,
'con Discépolo no he compuesto porque le di Mi tango triste y se fue a
México a vivir y eso quedó en el olvido'. Después a este tango le puso letra
Catunga Contursi. 'Y con el loquito Expósito nunca compuse nada por esas cosas
de la vida'. Un día fui a Sadaic y le dije a Homero Expósito: 'Mirá, loco, yo
limé las asperezas entre vos y Troilo, así que escribí una letra que la voy a
estrenar yo'. De esta manera se hizo Te llaman malevo, que fue el título
que le puso la gente en una votación.
"Una noche le avisé a Pichuco que dejaba la orquesta porque me tenía
que ir a Nueva York a cantar junto a Astor Piazzolla y a Enrique Mono Villegas
en el Hotel Waldorf Astoria y de paso no perder la residencia norteamericana. El Gordo me miró y me dijo;
'Pero Cardenitas, justo ahora que has pegado tan fuerte en la orquesta te vas
a ir, me dejás un gran vacío como me dejó Rivero'.
"Era increíble, no se enojaba nunca".
"Así fue como le recomendé como cantante a Elba Berón. Debutó con la
milonga Cachirleando, de Manuel Berón, que era su padre, y Enrique Uzal.
Enseguida Troilo le escribió un tango ¿Y a mí qué?, y la gorda lo
convirtió en un éxito total.
"Al tiempo regresé de los Estados Unidos y me incorporé a la orquesta
para hacer algunos bailes. Como Elba se quería ir, le sugerí al Gordo el
nombre de Tito Reyes, que cantaba unas milongas bárbaras, como las que le
gustaban a Pichuco, en la orquesta de Roberto Caló.
"Fuimos a escucharlos a la Richmond de Esmeralda y Troilo me dijo:
'Mirá, pibe, el cantor por ahora no, pero de acá nos vamos a afanar al
pianista', que era Osvaldo Berlinghieri. El pianista nuestro, Osvaldo Manzi,
se había ido con Osvaldo Pugliese, porque éste estaba guardado a la sombra.
La orquesta de Pugliese tocaba sin él, con un clavel rojo sobre el piano.
Pobre Osvaldo, estuvo un año preso por el simple hecho de ser de izquierda.
"Teníamos la costumbre de pasar las Navidades juntos. Me hacía
cantar toda la noche, porque le encantaba escuchar. Me acuerdo que una noche
estábamos en rueda de amigos tomamos unas copitas y me dijo: 'Venga cantor que
le voy a cortar el pelo'.
'''No, Gordo, déjese de joder, qué va a cortar', le dije. Me puso una taza
en la cabeza y me lo cortó a su gusto.
"A Troilo le gustaba mucho cocinar, pero cuando hacía el tuco para los
tallarines le ponía el país adentro. Le metía coñac, whisky, hongos,
todo lo que tuviese a mano. Así que te comías el tuco con tallarines y salías
en pedo de la casa.
"Cuando fuimos a grabar La calesita le pedí hacer un recitado
antes del tema. Le gustó la poesía y me dijo: "Qué bien, pibe, dígalo
antes de cantar, pero escríbale algo a su compañero Goyeneche porque si no se
va a sentir celoso". Le escribí al Polaco otras cuartetas y la verdad que
las dijo muy bien.
"Otra locura que tenía en esa época eran las pilchas, me hacía
trajes combinados, pantalón de un color, saco de otro, y con la tela del
pantalón le hacía la tapita del cuello al saco. Apenas me veía el Gordo así
vestido me decía: 'Pibe, qué de guita tiene usted'. No sabía que yo era medio
sastre y que Francisco Fiorentino, que era el que sabía, me los
cortaba. Al principio no le gustaba mucho mi ropa, siempre era distinta de la
de los músicos, pero al final terminó aceptándola. La gente al comienzo
también me miraba como sapo de otro pozo, les resultaba extraño ver a un
patovica vestido de esa manera y encima cantando tangos en la orquesta de
Aníbal Troilo. Pero el Gordo después decía en las audiciones de Radio El Mundo:
'Venga, Cardenitas; ahora sale Cárdenas, pone el pecho y mata'.
"Al cabaret Marabú solían ir mucho los capitalistas del juego y gente
medio pesada, amigos de Pichuco. El dueño cerraba las puertas, se quedaban las
minas adentro y los tipos consumían champán francés del mejor. Algunos eran
medio maleantes y cada dos por tres le insistían al propietario '¡Acá tiene que
tocar Pichuco!'. Así fue como el Gordo terminó en el cabaret. Ese tipo de público
siempre apoyó el tango.
"Cuando le traían una letra, se la ponía en la falda, y sin el
bandoneón en la mano, se ponía a tararear la melodía. Aníbal Troilo fue
artífice del tango cantado.
''Lo quería todo el mundo porque nunca tenía una palabra de más con nadie,
antes de hablar mal de alguien prefería callarse la boca. Era respetuoso de la
gente de plata y de los que no tenían un mango. Siempre me decía: 'Cardenitas,
nunca se aleje del pueblo'.
"A nosotros nos gustaba mucho la noche, cuando íbamos a comer pedía
'una picadita de jamón serrano y salame y una bañadera de vino'. Después por
lo general íbamos a los baños turcos. Al principio frecuentábamos Colmegna,
después nos echaron y pasamos al Hotel Castelar.
"Pasábamos por el baño turco y luego por el finlandés, que era con
eucaliptos. Muchos, como el Gordo, iban para adelgazar, pero pasábamos el
tiempo comiendo sándwiches de jamón crudo, tomando cerveza y más de una vez
terminamos en curda. Cierto día que había tomado mucha cerveza me tiré desnudo
a la pileta de Colmegna. Como me había olvidado la malla y no había nadie, me
metí. Cuando nos vieron los directivos, lo echaron a Pichuco, a mí y a Brunito,
un amigo mío de Avellaneda, que vendía whisky fatuo en casa. No volvimos
más y comenzamos a ir al Castelar. Allí llegábamos a las siete de la mañana,
luego de terminar las funciones, nos quedábamos durmiendo una siesta larga, y
la gente del hotel nos planchaba los trajes y las camisas para poder ir a trabajar
al otro día. Un día me llamó Zita y me preguntó por Pichuco, que llevaba tres
días sin ir a la casa. El Gordo se había quedado durmiendo en el Castelar. Otra
vez lo llamé yo y Zita me dijo que estaba en la casa de Ciriaco Ortiz. Hablé
con la esposa de Ciriaco y ella me dijo: 'Mi marido no vino a dormir, debe
estar con ese otro atorrante por ahí'.
"Una vez por mes íbamos con Pichuco a Mataderos a visitar a Américo
Manco, que era un tipo de la pesada, que comandaba a todos los matarifes de
ese barrio. Con esta persona tratábamos de llevamos bien porque cada baile
traía como a trescientas personas a aplaudir y a hacer lío. Estando allí se me
acercó el Gordo y me dijo: 'Vos ya estás metido en el pueblo, ya triunfaste, la
gente te quiere, tenés que dejar de andar comiendo con minas en los restaurantes.
Ya hablé con tu papá, así que tenés que casarte'. Al final me casé con Nidia, a
quien me presentó Pichuco en una fiesta. En la casa de Américo siempre pasaba
algo. Una vez estábamos dando una serenata con el Gordo y de repente se escuchó
el grito de un vecino: 'iPor qué no se van a la reputa que los parió, carajo,
dejen dormir!'. Al instante Américo le
explicó que éramos nosotros los que estábamos cantando, y el tipo a los gritos
lo cortó: '¡Qué Troilo ni Troilo, ni qué Troilo, ni qué carajo, que se vayan a la puta que los parió
igual!'.
"Al Gordo nunca se le presentó la oportunidad de viajar con toda la
orquesta al exterior, pero mucho interés no tenía, le tiraban mucho las luces
de Buenos Aires. Una vez nos invitaron del Japón para que tocásemos allá, pero el emperador Hiroito
desistió de la idea porque imaginaba que alguno de nosotros 'andaba en
drogas'. En nuestro lugar fue la orquesta de Juan D'Arienzo, pero sin él,
porque le tenía miedo al avión y le agarraba diarrea.
"En Simplemente Pichuco no le salieron bien las cosas, la obra
no había funcionado como él quería. Estaba decepcionado y no muy de acuerdo
con la idea de trabajar con Horacio Ferrer. Se lo veía deprimido y cansado. A
los pocos días lo internaron en el Hospital Italiano. Cuando lo visité e intenté
darle ánimo me dijo: 'No, Cardenitas, ya me quiero morir'.
"El Gordo dio todo por la música y los amigos. La noche fue su Dios y
el bandoneón, su hijo. Ya no se le podía pedir más. Cuando cierro los recitales
en distintas universidades del mundo siempre digo que tengo dos vírgenes que
iluminan mi camino: Carlos Gardel y Aníbal Troilo. Ellos son los patriarcas de
mi existencia."
Testimonio recogido por Ariel Fontanet – La Maga de Colección N° 10 – Homenaje a Troilo (1995)
Testimonio recogido por Ariel Fontanet – La Maga de Colección N° 10 – Homenaje a Troilo (1995)
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